Cuando ví el emporio hamburguesero frente a mí, decidí, por no dejar sentida a mi abuela, entrar a comer. Estoy en contra de la comida chatarra, pero vamos, el hambre es canija.
Entramos, mi abuela y yo pedimos nuestra hamburguesa de regla, que como siempre que vamos a gastarnos nuestros centavos de níquel, y nos sobran un par de Abrahames, disfrutamos como si de un buen bistec se tratara. Comidas americanas, sin chiste, como siempre. Gringos salados, diría mi abuela.
Servíamos nuestra bebida, con agua dura que parecía mineral y nos sentamos a la mesa a ingerir los sagrados alimentos. Uno a la vez, un sorbo y a descansar.
-Qué feos pintan a los mexicanos- Dijo mi abuela.
-Ha de ser por feos- Le contesté.
No terminaba de entender el porqué de la afirmación de mi abuela. Me levanté a por más bebida, cuando lo ví.
Un tal Ignacio Sánchez, un cuadro colgado en la pared que había pinado un tal Rivera. No pariente, allá por el '27. Un mexicano, que sí que era feo.
Sabría mi abuela que de la mente de un mexicano feo salió el tal Ignacio Sánchez?

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