Sabía que te asustarían las copas vacías, las cartas no enviadas, las plumas sin tinta. Gargantas resecas, tequilas calientes, cervezas bien frías. Tu abuela callada, tu sobrina bien quieta. Tu hermana extrovertida, tu madre cansada, tu padre callado.
Extrañarías mi piano callado y unas manos que lo sepan tocar, oraciones para gente sin fé, en sábados fríos con lluvia al por menor.
Extrañarías igual casadas infieles que tocaran a mi puerta, el portero del piso de abajo, y el cartero de tus cartas de amor, el segundo en sacarte a bailar un vals.
Las tristezas alegres que conmigo eran felices, las tristezas y perezas de los vagabundos, a las 3 de la tarde un domingo caluroso.
Una buena mano para los duraznos, canciones y malditos calores del verano, el milagro de saber hablar, esa canción que no quieres ni oír.
La canción de los buenos borrachos, malos maridos, excelentes amantes, buenos escuchas y algo de amigos.
Y hasta carcajadas que te hicieran llorar.