martes, 25 de mayo de 2010

Polvo

Un día se sentó sobre la silla de madera, mirando el suelo, de repente el tiempo pasó. Vió como su mirada se oscurecía por su cabello largo. Vió como el suelo se llenaba de tierra, a veces blanca, otras café.

A veces temblaba de frío en las noches inmensas, escuchando el disco eterno y otras tantas sudaba de calor, por los veranos que pasaban.

Su taza de café se enfrió infinitamente y se fué secando, como el agua que bebía el abuelo cada 2 de noviembre desde la tumba. Su taza quedó manchada por siempre, con marrón.

Permaneció inmóvil durante tanto tiempo que una vez que su mente decidió por sí misma dejar de esperar y volver a vivir, al levantarse, se partió en pequeñísimas piezas que se fundieron con el polvo de debajo de la silla.

Luego entró la empleada doméstica que escuchó cuando el disco eterno silenció. Como no encontró al Señor, comenzó a barrer el polvo del despacho silvando una canción de no recuerdo quién.

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